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CAPÍTULO X: ELLOS NUNCA SERÁN CAPACES DE VER QUE ELLOS IMPLORAN ESTE CAUTIVERIO

Abrí los ojos pero no podía ver. Tenía los ojos vendados. Traté de levantar los brazos para remover la venda, pero mis brazos estaban atados. Estaba recostado y la superficie era lisa y caliente, probablemente de alguna clase de acero. Los llantos y gritos en la habitación eran ensordecedores. Mucho dolor, demasiada agonía. Podía escuchar huesos rompiéndose y cuerpos cayendo. Podía oler piel ardiendo, entrañas vaciadas, y miedo. Lo que sea que estuviera pasando en este cuarto era una masacre total.

Fui capaz de levantar la punta de mi hombro a un lado de mi cara y frotar lo suficientemente fuerte para aflojar el nudo de la venda. Mis ojos por fin eran libres para asimilar el horror a mi alrededor. Máquinas alineadas en las paredes de un almacén industrial que semejaba un hospital improvisado. Había equipos quirúrgicos por todos lados, bisturís, pinzas, tijeras. Había doctores, o al menos lo que parecían ser doctores, a lo largo de la habitación, con las caras cubiertas por mascarillas quirúrgicas. Estaban escoltando mares de niños, atados y amordazados, hacia un aparato gigante que parecía un incinerador. Algo no estaba bien con esta máquina. Los usuales engranajes, tuercas, tornillos y vigas, en su lugar eran reemplazados por huesos, cráneos, músculos y piel. Los motores estaban literalmente funcionando con la sangre de los olvidados, las almas de los condenados. Uno por uno, aquéllos que no tenían esperanza eran dirigidos hacia un horno construido por la sangre derramada de los que pasaron antes que ellos.

"¿Es así? Esto no puede estar pasando. ¿Por qué no lo pueden ver? ¡Ciegos están guiando ciegos hacia un desastre y soy el único al que parece importarle!"

En las grietas expuestas entre los cientos de cuerpos dispersos alrededor del almacén, la vi. La Tentadora estaba atada a una mesa quirúrgica, usando nada más que un corsé y una ropa interior rasgada. No tenía sus zapatos, ni su velo, pero ahora su largo y oscuro cabello cubría su rostro. Movió su cabeza hacia mí y, aunque no podía ver su cara, sentí que estaba suplicando por ayuda. Por primera vez desde que entré a esa terrible casa parecía que yo tenía ventaja sobre la Tentadora. Su miedo era palpable. Tal vez era intencional, sólo una pieza más de este enfermo, retorcido rompecabezas.

Me concentré lo más que pude y rogué por algo que me permitiera liberarme de estas cadenas. Tan rápido como el pensamiento había llegado, estaba de pie junto a la mesa en la que la Tentadora yacía, libre de grilletes. Me tomó dos pasos llegar hasta la puerta en la lejana pared, completamente listo y dispuesto a dejarla atrás, a que se pudriera. Inesperadamente y aparentemente de la nada, uno de los doctores arrancó la mascarilla de su cara, revelando un rostro grotesco cubierto de quemaduras de tercer grado. Debajo de las quemaduras, había dos características distintivas que perseguirían mis sueños por siempre; las fauces abiertas de las aguas negras y los ojos que podrían destruir la tierra. El Demonio dio un paso gigante hacia mí y exclamó: "¡Todos deben arrodillarse ante el altar! ¡La velada será glorificada!
¡Somos el rebaño!
¡En el puerto de Dios todos deberán descansar y formar parte del amo!"

Sin siquiera pensarlo, me agaché y desanudé las abrazaderas que ataban a la Tentadora a su destino, levanté su cuerpo y me precipité hacia la puerta. Abriéndola de un golpe, volteé para encontrar al Demonio corriendo directo hacia mí gritando: "¡Humo bendito brama de la bestia! ¡Inclínate ante los engranes y adora a la máquina!"

Azoté la puerta, con la Tentadora en mis brazos, y corrí directo hacia la penumbra que me esperaba.

"No escuchan ni una palabra de lo que digo. No puedo salvarlos a todos. Necesito que confíes en mí ahora, dulce Tentadora. No te muevas. Resolveré esto. Olvida lo que cualquiera haya dicho, sólo toma mi mano o ambos estamos muertos."

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[Todo esto es propiedad de Alesana]

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