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En el transcurso de una noctámbula y jugosa conversación de alterne, nos decía el joven, pero ya experimentado músico Ángel Luis Sánchez López (de Cañada de la Cruz, Moratalla, Murcia), que, comparando a los intérpretes populares de hace algunos años con los de ahora echaba en falta actualmente, por lo general, el sentimiento que antaño se apreciaba en las interpretaciones de los músicos y cantaores. Y puede que no le falte razón, ya que, en las últimas décadas, en el destacado proceso de recuperación de la música popular que se está viviendo, no sólo en el sureste peninsular español sino en otros lugares también, se aprecia con frecuencia un cierto alejamiento de ésta de la íntima vida social de las gentes, en el seno de la cual se desarrolló en el pasado. Hoy, la adaptación de la música popular a los tiempos cambiantes (lo que sin duda ha permitido su supervivencia), viene de la mano de un proceso de institucionalización y formalización, con participación mayoritaria en festivales y eventos, por ejemplo, por no hablar del poderoso movimiento de folclorización que posee notable pujanza, y que convierte a menudo en previsible la música, el cante y el baile, despojándolo, en parte al menos, de ese grado de sentimiento y viveza que echaba en falta nuestro amigo, y que nosotros catalogaríamos también de emoción.
Sin embargo no nos faltan ejemplos de ese sentimiento puesto en la interpretación, generalmente en acontecimientos de pequeño formato, como en los bares, donde incluso la imagen se queda pobre ante la realidad de la música, el cante y el baile tomados en su contexto: el momento, los lenguajes no verbales, el idioma de los sentidos... en ese efímero momento del éxtasis colectivo de un baile de taberna donde la interacción de todos los protagonistas desemboca en la emoción general.
Así ocurrió en el ejemplo que traemos aquí, durante un baile de parrandas en el Bar España, en la carretera de Puerto Lumbreras (Murcia) a Huércal-Overa (Almería) la noche del 6 de febrero de 1993. Allí tocaban, como hacían habitualmente en esa época, José María Lasso Pérez el Cojo de Henares, a la guitarra; y Juan Gázquez Romera el Carujo y Pepe Torrente Hernández, ambos maestros del violín popular y extraordinariamente conjuntados después de mil músicas compartidas. Convocados por la fama de esos bailes populares, aparecieron aquella mágica noche un grupo de cuadrilleros de Águilas y Fuente-Álamo de Murcia. Una de ellas, Isabel Hernández Méndez, de El Garrobillo (Águilas, Murcia, España), es una curtida cantaora y guía de Pascuas, y aunque no fuera su estilo habitual, se atrevió a acompañar al cante unas parrandas (variedad de seguidillas) del Cojo de Henares (tras varios ruegos de éste y alguna negativa), creando finalmente un momento dulce que hizo vibrar y aplaudir a los presentes, a los bailaores y a los mismos músicos.
Esta clase de parrandas por re también se llaman “las de la prima”, y para su ejecución se baja un tono entero a los violines, en combinación con la cejilla de la guitarra. De esta manera, la música de la guitarra sale más aguda, mientras que en los violines es más dulce.
Mientras se toca y se canta, al baile, en las primeras imágenes, se lucen otro aguileño, Pedro Navarro Montalbán el Perea y una veterana bailaora de la zona que, siguiendo el ritmo de la viva música, intenta un endiablado juego de amagos y quiebres que hace esforzarse al máximo al bailaor, en un ambiente dinámico e imprevisible.
Fieles al estilo de la zona, los cantaores utilizan para las parrandas coplas con metro de seguidilla, a veces con bordón o vuelta (en otras zonas emplean cuartetas octosílabas), como:

Corazón de leona
tienes a veces
y aunque me ves que lloro
no te estremeces*.
¡Ay, que me río!
No me río de nadie
que es vicio mío.

[*Nota: sobre esta copla popular, el poeta Miguel Hernández elaboró una seguidilla en su libro “Cancionero y romancero de ausencias” (1938-1941) -48- que dice:
Corazón de leona
tienes a veces.
Zarpa, nardo del odio,
siempre floreces.
Una leona
llevaré cada día
como corona.]

En las últimas imágenes se puede ver la vitalidad y variabilidad del baile suelto, con entradas y salidas, peticiones e intercambios de bailaores.
Al final, el propio José María Lasso, el Cojo de Henares, feliz como se aprecia, no puede por menos que lanzarle a Isabel Hernández un piropo emocionado: "¡eres de oro, pijo!".

Vídeo y texto: Manuel Sánchez Martínez.
Agradecemos las especificaciones sobre esta variedad de parrandas y otras informaciones facilitadas por Pedro Cabrera Puche.

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