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[...] Me deslizo sobre su espalda como su sombra y se escucha una melodía en mi cabeza: Piel de mujer; las notas desgarran con precisión mi espina dorsal como el zarpazo moribundo de un guepardo. La piel se me eriza al sentir cómo acaricio las nubes y —al mismo tiempo— retumba la armonía en mi cabeza.
Aparece el violín y nos atraviesa apenas un hilo de agua fresca —desde la cabeza hasta los pies—, una metálica gota resbala sobre su espalda, se tensa y se erizan los sentidos. Un leve gemido sale de sus cuerdas vocales, mientras lenta y agónica vuelve la guitarra que ahoga las emociones.
Descanso mis manos sobre las suyas, absorbo el olor de sus mejillas y su aliento... ya no puedo escapar. Me acerco a su boca que se entreabre y delineo el contorno de sus labios con mi lengua, llego —incluso— a rozar sus dientes. Muerde la punta de mi lengua con suavidad y siento que un acuario despierta en busca de su otra mitad. Nuestros labios comienzan a bailar, se esconden, se rozan y el mundo se detiene un instante… no estamos solos, hay ángeles alrededor nuestro, pájaros, flores. La lluvia golpea el ventanal y lo acaricia con celos nostálgicos, celos de ver su cuerpo desnudo y trazado con un pincel, coloreado por mis dedos y tallado con el amor de la naturaleza.


Fragmento de "Trece", cuento que pertenece al libro "Trece Cielos" de Alejandro Mora.

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